Crisis en Venezuela: la pelea por conservar manatíes, caimanes y tortugas

Crisis en Venezuela: la pelea por conservar manatíes, caimanes y tortugas

Un zoológico apela al compromiso ambiental de sus trabajadores, que ganan 18 dólares al mes, para conservar una exhibición de manatíes y a sus crías.
Científicos que intentan sacar adelante un censo de caimanes del Orinoco confiesan que la falta de recursos, vehículos, alimentos y la inseguridad en las salidas de campo son una gran limitante.
El sindicato del Instituto Nacional de Parques destaca el creciente conflicto que tienen con el Estado por la falta de uniformes, bajos salarios y condiciones laborales, a pesar de tener bajo su responsabilidad el 20 % del territorio nacional.

Por Jeanfreddy Gutiérrez Torres

Una familia de seis manatíes puede ser aún visitada en el Zoológico de Bararida, en Barquisimeto. Esta no sería una noticia, si no fuera porque en medio de la crisis en Venezuela, de las denuncias por el robo de especies silvestres y de los zoológicos que han tenido que cerrar sus puertas por la escasez de recursos, estos esfuerzos de conservación se presentan hoy como una gran hazaña en el país.

Lo mismo ocurre con otras especies como el caimán del Orinoco y las tortugas continentales, especies ancestralmente consumidas por los pueblos indígenas, que nadan hoy en aguas bastante turbulentas. Los programas de reforzamiento poblacional —que involucran al Estado, organizaciones de la sociedad civil, reservas privadas y empresas— deben sortear las amenazas propiciadas por la crisis económica en Venezuela. La carne de especies silvestres es ofrecida con mayor frecuencia en mercados populares y los hábitats están cada vez más presionados por el crecimiento de la minería ilegal.

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Por eso cobra mayor relevancia el trabajo del personal dentro de los zoológicos o programas de conservación, porque han preferido continuar con sus tareas a costa de ganar sueldos muy bajos —18 dólares mensuales para septiembre de 2018 y hasta 9 dólares para el mes siguiente a causa de la inflación— para intentar proteger la biodiversidad de Venezuela.

Los sobrevivientes de Bararida

En el Zoológico y Jardín Botánico Bararida, en la ciudad de Barquisimeto, a unos 400 kilómetros de Caracas, se pueden observar manatíes antillanos nadando a sus anchas.

Kami y Karima, un macho de 11 años y una hembra de siete, y sus dos crías, los pequeños Bariki y Orinoko, nacieron en cautiverio dentro de las pocas instalaciones que tienen la capacidad de cuidarlos hoy en el país.

Pero no son los únicos que tienen la suerte de vivir dentro de este zoológico. Chicho y Fernanda forman parte también de esta familia de sobrevivientes. Ellos no nacieron allí, pero llegaron hace más de 20 años tras ser rescatados en el Estado de Apure.

Todos estos manatíes se mantienen hoy a salvo con la ayuda de un programa privado de reproducción de esta especie, que comenzó a fines de 2007, y que fue promovido por expertos de la Fundación para el desarrollo de las Ciencias Físicas Matemáticas y Naturales (Fudeci). Es el único programa que reproduce estos animales en Venezuela. En el zoológico de Maracaibo también hay una pareja de manatíes del que se desconoce su estado actual.

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La Oficina Nacional de la Diversidad Biológica del Ministerio de Ecosocialismo no ha podido desarrollar hasta el momento un programa oficial para proteger a los manatíes, a pesar de que en Venezuela está prohibida la captura de esta especie y la alteración de su hábitat.

Los manatíes antillanos, identificados bajo el nombre científico de Trichechus manatus manatus, son una especie de sirenio catalogada en estado Vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Aunque el Libro Rojo de la Fauna Venezolana considera que existe un riesgo mayor en su territorio, por eso señala que se encuentra en Peligro Crítico. A esto se suma que ha sido incluida en el Apéndice I de la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), por estar casi extinta en el Caribe.

Para los científicos y trabajadores que cuidan de esta pequeña población en el Zoológico y Jardín Botánico Bararida, no es fácil mantenerlos con vida. Peor aún considerando que estos sirenios herbívoros pueden comer hasta el 20 % de su peso al día.

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Carlos Silva, Jefe del Departamento de Medicina y Preventiva del Zoológico de Bararida, tiene la experiencia necesaria para hablar con autoridad del estado de conservación de esta especie. Más aún porque hoy lidera el programa que tiene el mérito de mantener con vida a los huéspedes de este zoológico.

Silva, quien es miembro del Grupo de Especialistas en Sirénidos de América del Sur de la UICN y de la Asociación Venezolana de Acuarios y Zoológicos, cuenta en una entrevista con Mongabay Latam que el programa ha continuado a pesar de las adversidades como la falta de espacio y de áreas adecuadas para el cuidadoy exhibición de esta especie. Además han tenido que hacerle frente a problemas como la migración de personal calificado y la escasez de recursos financieros.

Este veterinario, que no tiene pelos en la lengua, no ha tenido reparos en señalar las carencias que tiene el zoológico. Sus denuncias lo llevaron incluso a ser arrestado en una oportunidad por hacer públicas las malas condiciones en las que viven los animales de la institución.

Y no es una exageración. Solo un manatí requiere de unos 120 kilos de cambur, lechuga y otros vegetales para su alimentación diaria, necesidades que ahora son muy difíciles de atender en medio de la crisis.

A esto se suma la impotencia de no poder devolver a su hábitat natural a algunos de los manatíes por las barreras que impone la burocracia del Estado.

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“Hace cuatro años queríamos enviar dos crías a la isla de Guadalupe, en el Caribe francés, para hacer una liberación en conjunto con individuos que les fueron otorgados por México y Singapur. Esto como parte de su Programa de Conservación y Reintroducción, pues allí se extinguieron hace 100 años. Los permisos en Venezuela tardaron mucho y no fue posible enviarlos”, lamenta Silva.

La buena noticia es que hoy cuentan con el apoyo técnico del Programa de Conservación de Manatíes de Puerto Rico y de organizaciones ambientalistas de la Isla de Guadalupe. Esta ayuda les permite alimentar ahora con leche materna especial a las crías del zoológico y también les permitió rescatar a una hembra arponeada en Delta Amacuro, explica Silva.

Un refugio para tortugas que le hace frente a la crisis

La tortuga arrau o del Orinoco (Podocnemis expansa) era abundante en Venezuela hasta el siglo XIX. Esto lo confirmó durante sus expediciones el naturalista Alexander von Humboldt, en las que llegó a estimar que la población de hembras bordeaba las 330 000. Un siglo después, sin embargo, esta cifra se ha reducido a menos de la mitad: a duras penas se calculaba que existían alrededor de 123 000 tortugas. Y el proceso se ha ido acelerando hasta pasar de 36 100 hembras que fueron halladas anidando en 1950 a 602 hembras en el 2014.

La depredación por el robo de sus huevos, de los neonatos y de los adultos que son utilizados como fuente de alimento, además de la degradación de su hábitat causada por la contaminación del Orinoco, tras el vertido de aguas servidas sin tratamiento, ha llevado a la casi desaparición de esta especie, según indica el Libro Rojo de la Fauna Venezolana.

En el país se tomó la decisión de protegerla en 1946, pero la veda indefinida logró establecerse recién en 1996, cuando se decretó que estaba en peligro de extinción. Desde entonces existe un programa oficial de conservación en el Refugio de Fauna Silvestre Santa María del Orinoco, en el estado de Apure.

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Fudeci nuevamente fue pionera en el desarrollo de este programa en 1994. En ese momento, se pudo crear un zoocriadero de tortugas en su Estación de Investigación de Puerto Ayacucho, estado de Amazonas, y se trabajó en la protección de las principales playas de anidamiento.

En el 2010, cuando el programa pasó a ser administrado por el gobierno, los especialistas de Fudeci ya habían logrado liberar alrededor de 280 000 tortuguillos de los 588 000 que habían sido introducidos dentro del refugio en Apure.

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Para entender la relevancia de este esfuerzo, hay que considerar que la biología de las tortugas dificulta la conservación. Las hembras llegan a su adultez entre los 15 y 30 años de edad, por lo que se requieren décadas de protección eficaz para asegurar su reproducción, explica el Libro Rojo, que cita a Omar Hernández y Arnaldo Ferrer de FUDECI.

Ferrer denuncia que estos animales son presa fácil de los miles de mineros artesanales alrededor del Orinoco, pero también los indígenas están aumentando las capturas, dada la escasez de alimentos. Y no hay quien pueda vigilar que no suceda.

Buscamos a la directora general de Diversidad Biológica, ente adscrito al Ministerio de Ecosocialismo de Venezuela, Edis Solórzano, para conocer más de esta situación, pero no pudimos concretar una entrevista hasta el cierre de este artículo.

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Si bien durante los últimos ocho años se ha continuado con la liberación de tortuguillos de Arrau, es difícil asegurar que estos quelonios sobrevivirán en medio de una crisis económica que ha llevado a una mayor cacería para consumo y que incluso fomenta el tráfico de esta especie. Este aumento de la caza ha sido observada por los científicos también en el Caura y el Orinoco.

La necesidad de impulsar un censo de caimanes

Criar caimanes no es una decisión que se tome todos los días y menos si se trata de hacerlo para toda la vida. Desde que salen del cascarón, estos reptiles pueden parecer amenazantes, a pesar de su importancia ecológica. Tomás Blohm empezó a criar caimanes del Orinoco (Crocodylus intermedius) a fines de los setenta y lo sigue haciendo hasta hoy.

Después de irse a Estados Unidos a curarse de la malaria al haber adoptado el modo de vida de los llaneros venezolanos, este descendiente de alemanes decidió volver y estudiar zootecnia. Su experiencia lo llevó a entender la necesidad de proteger la fauna silvestre, sobre todo aquella acechada por los cazadores.

En 1978 se dio cuenta que era necesario cuidar la población de caimanes del Orinoco, una especie casi extinta y endémica de las tierras más bajas del río Orinoco, y empezó a trabajar en su reproducción para liberarlos en la etapa juvenil en uno de sus fundos situado en las sabanas inundables de Camatagua, en el extremo sur del estado de Aragua.

Seis años más tarde, sin embargo, después que fuertes lluvias llaneras destruyeran completamente las instalaciones de su primer fundo, Tomás abrió las puertas de Hato Masaragual en el estado de Guárico. En este lugar funciona ahora una conocida reserva privada usada para la conservación de fauna y flora, y está prohibida la cacería y la pesca.

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Cada año el agua cubre gran parte de las llanuras, dando espacio para la reproducción de los caimanes y de  otras especies acuáticas como manatíes, toninas y tortugas. Y aunque el caimán ya no es buscado por su piel, el temor por su aspecto y la demanda de sus huevos aún lo convierten en una víctima de los cazadores.

Otro de los problemas que enfrenta esta especie es la degradación de su hábitat. La contaminación y destrucción para la instalación de asentamientos urbanos ribereños, las descargas de aguas negras y la tala de bosque para el establecimiento de huertos de supervivencia, reducen su espacio y lo ponen en peligro.

Por eso el esfuerzo de Tomás Blohm por conservar al caimán del Orinoco es reconocido por investigadores venezolanos. El biólogo Arnaldo Ferrer de Fudeci cuenta que en el 2000 hablaron con él para invitarlo a sumarse al programa de conservación de especies amenazadas de la fundación “y en el 2004 instalamos nuestro propio zoocriadero en Puerto Ayacucho”, en el estado Amazonas.

En el Hato Masaguaral, donde se han realizado además otras 400 investigaciones académicas, se han criado hasta el momento 2477 caimanes provenientes de los ríos Capanaparo y Cojedes. Y en el segundo zoocriadero, manejado por Fudeci, otros 1551 caimanes. “Se les cría hasta que tienen entre 70 y 100 centímetros”, detalla Ferrer, y luego son liberados. Los lugares elegidos para devolverlos a su hábitat natural son los Parques Nacionales Cinaruco-Capanaparo y Agüaro-Guariquito, el Refugio de Fauna Silvestre de la Tortuga Arrau, la Reserva de Fauna Los Esteros de Camaguán y en el Río Cojedes.

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Una evaluación de la zoocría realizada entre los años 2000 y 2017 les permitió entender a Omar Hernández y Ernesto Boede, ambos de Fudeci, que lo más eficiente y económico era criar neonatos rescatados en áreas silvestres que reproducirlos a partir de nidadas. Esto permitió aumentar la cantidad de liberaciones con el pasar de los años. En mayo de 2018 se logró captar 198 neonatos para su cría en Masaragual, gracias al apoyo del Dallas World Aquarium. Allí el programa continúa gracias al trabajo de los científicos de todas las organizaciones involucradas, que han tomado la decisión de seguir adelante a pesar de la complicada situación que vive el país.

Para entender la relevancia de este esfuerzo de conservación, hay que saber que el caimán del Orinoco ha sido catalogado por la UICN en Peligro Crítico. Según la institución, tan solo 9812 caimanes han sido liberados entre 1990 y 2015 en cinco estados de Venezuela, con un máximo de 763 durante el año 2009.

Por eso, tras más de cuatro décadas de trabajo con esta especie, han decidido realizar un censo de caimanes en los principales tributarios del Orinoco y sitios donde históricamente se encontraba.

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Si bien la medición empezó en el 2016, hasta el momento solo han podido visitar ocho localidades. “Se tiene previsto visitar 27 localidades en todo el país, a fin de realizar censos diurnos y nocturnos que determinarán la existencia, abundancia y estructura de tamaños de la población, así como una caracterización general del hábitat donde se observen los ejemplares”, se especifica en la descripción del proyecto. Para IUCN, hay 34 posibles áreas de localización.

Ferrer espera que los resultados puedan ser publicados en mayo de 2019, aunque enfrentan distintos obstáculos relacionados a la crisis del país, como la falta de dinero para pagar servicios en el campo, vehículos de doble tracción y disponibilidad de alimentos. A esto se suma la inseguridad en zonas apartadas que han impedido el acceso a importantes ríos como el Capanaparo y el Arauca.

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Para Esmeralda Mujica, expresidenta de la Asociación de Acuarios y Zoológicos de Venezuela, hacer conservación sin recursos económicos es como hacer un trasplante de órgano en condiciones precarias. “Puedes pero con alto riesgo, porque se requiere financiar movilización, manutención, equipos, seguridad para el personal de campo”. Destaca el caso del caimán del Orinoco porque “participa la academia, las ONG, el Estado y patrocinantes”.

Ernesto Boede de Fudeci destaca las complicaciones que enfrentan cuando tienen que realizar los trabajos de campo. “No hay ley, no se respeta nada y las salidas a campo son impagables, afortunadamente tenemos aún los contactos en los pueblos que nos cuentan cómo están las cosas”, explica. El sindicato del Instituto Nacional de Parques destaca también el creciente conflicto que tienen con el Estado por la precaria dotación de uniformes, bajos salarios y condiciones laborales, a pesar de tener bajo su responsabilidad el 20 % del territorio nacional, de acuerdo a su presidenta, Marlene Sifontes.

Conservar en tiempo de crisis

El sociólogo Iván de la Vega, profesor de la Universidad Simón Bolívar, se ha especializado desde 1995 en estudiar la migración de científicos y tecnólogos de Venezuela. Según sus cálculos, habría un millón de egresados universitarios venezolanos en 65 países del mundo. Desde 2011, la polarización política, la precariedad laboral y la inseguridad son las principales razones que la mayoría de los estudiantes esgrimen para irse al exterior.

“Para los zoológicos es muy difícil conservar el personal técnico especializado. Un biólogo, un veterinario o un técnico para el cuidado de los animales apenas gana 18 dólares al mes, por lo que muchos prefieren emigrar”, añade Silva del Zoológico de Bararida.

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El propio exgerente de operaciones del Parque Metropolitano del Estado de Zulia, fronterizo con Colombia, fue entrevistado por Mongabay Latam en Lima, Perú, donde ahora reside. Luis Añez fue testigo del deterioro del zoológico: “Se tenía que buscar y luchar cada día y eso era desgastante. En eso se nos iba el tiempo, y hablo de conseguir los recursos para la alimentación de los animales, para mantener las instalaciones, la piscina de los manatíes, las bombas de agua. Era una lucha constante para combatir la delincuencia y mantener a los animales”.

El ictiólogo y experto en tiburones, Rafael Tavares, decidió emigrar después de verse obligado a cerrar el Centro de Investigación de Tiburones de Venezuela. “Antes como investigador oficial, te cubrían los pasajes de avioneta para que los estudiantes de posgrado vinieran a Los Roques a investigar, su comida, las salidas de campo, luego tuvimos que hacerlo de nuestro bolsillo, hasta que fue imposible incluso mantenernos”, le dijo a Mongabay Latam el exfuncionario público.

Estos proyectos son ejemplos de constancia en medio de la adversidad en un país megadiverso. Varios zoológicos han sido asaltados durante el año pasado por comunidades cercanas en búsqueda de proteínas, incluyendo el Bararida. Y se han reportado varios casos de descuartizamiento de yeguas, vacas y otros animales en universidades veterinarias y fincas. La generación de conocimiento científico en medio de la diáspora, así como el mantenimiento de estas poblaciones en cautiverio para futuras reintroducciones adquieren una mayor importancia en ausencia de un programa oficial de conservación de especies en peligro.

En Maripa, a orillas del río Caura, donde Ferrer lleva su programa de reintroducción de tortugas, es fácil encontrarse caparazones abandonados en medio de los cultivos. Muchos de los habitantes de las comunidades ribereñas se han ido a las minas de oro en búsqueda de dinero rápido para sobrellevar una inflación que puede llegar al 10 000 000 %, según el FMI. Pero a veces solo salen a cazar para sobrevivir un día más.

 

Fuente: Mongabay

 
 
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