Sin barreras

Sin barreras

Por Soledad Morillo Belloso (*)

Si en algún espacio se ha producido el efecto «ganar-ganar» al eliminarse las barreras de discriminación por raza, sexo, nacionalidad de origen o religión, ha sido en los deportes. Esos obstáculos que existían hasta bastante adelantado el siglo XX, no hacían sino restar de las prácticas a muchos que podían sumar lustre, logros y excelencia.

Por supuesto, un grupo que fue objeto de discriminación o segregación por causa de género, fue el integrado por las mujeres. En muchas disciplinas deportivas a las damas  les estaba vedada la práctica. Se consideraba que era poco femenino, que restaba la elegancia exigida a la condición. Estaba muy mal visto que las mujeres realizaran actividades que las hicieran sudar, que pudiesen hacer que mostraran algunas partes de su cuerpo, o que las hiciesen realizar movimientos considerados sugestivos. Todo ello las hacía lucir, de acuerdo a los parámetros de la época, como vulgares. Cuanto mucho se les permitía apenas practicar juegos como entretenimiento, y siempre en ambientes privados o familiares, pero jamás, con ánimo competitivo.

En el golf, la historia de la participación de las mujeres es fascinante. Si bien hay evidencias de María Estuardo, Reina de los Escoceses, practicando el juego, no es sino hasta varios siglos más tarde cuando se genera formalmente la apertura, y a las mujeres se les permite ejercitar la disciplina, si bien en condiciones muy especiales. La discriminación continuaba, pero se habían dado pasos gigantescos. Eso sí, no podían hacer el swing como los hombres, y su traje consistía en una larga y ancha falda que se ajustaba a cada tobillo con unas ligas. Debían llevar el cabello recogido en un moño y cubrir su cabeza con un sombrero que tapara sus orejas. Sólo podían jugar las mujeres casadas o con compromiso firme para contraer matrimonio, y siempre y cuando contaran con la debida autorización escrita de sus esposos o novios. Jugaban en un campo exclusivo para damas (de nueve hoyos) y no les estaba permitido invitar a miembros masculinos de su familia.

Tradicionalmente los grupos de inmigrantes encontraban restricciones para la integración a espacios sociales. Ello, claro está, incluía los deportes. Tomó años deshacer esos nudos, pero ya a mediados del siglo XX se rompió formalmente esa norma, y a los originarios de otras latitudes se les abrieron las puertas a diversos deportes, entre ellos, el golf. Es el caso de los irlandeses inmigrantes en Nueva Inglaterra, a quienes apenas se les admitió como jugadores de golf en clubes y asociaciones en 1933. Por su parte, a los judíos, incluso los nacidos en Estados Unidos, sólo se les permitió participar en campeonatos en 1936, y esto fue en clubes de golf de la costa oeste.

Mas sin duda, la más resonante de las discriminaciones ocurrió en lo relativo a razas. En buena parte del mundo occidental, a los no caucásicos se les impedía la práctica de los deportes en las mismas ligas o asociaciones integradas por individuos de piel blanca, anglosajones de religión protestante. Es muy conocida la historia del pelotero Jack Roosevelt Robinson, primero de raza negra en jugar en las MLB (Grandes Ligas), en 1947. Su caso ha sido objeto de miles de artículos de prensa y revistas y de no pocas producciones de radio, televisión y cine. Robinson, el extraordinario No. 42 de los Dodgers de Los Angeles acabó con los paradigmas vigentes para la época, y se convirtió en modelo de jugador de béisbol con independencia de tonos de piel o razas. En este año, el 47, fue novato del Año. En 1949 fue campeón de bateo de la Liga Nacional y fue designado el jugador más valioso de su liga. Nadie cuestiona hoy lo mucho que ganó el deporte a partir del derrumbe de la segregación y el logro de la integración racial.

Pero la historia en el golf es francamente fascinante. ¿Qué tienen en común Charlie Sifford, Lee Elder y Tiger Woods? Todos sin excepción son notables golfistas de piel color chocolate, todos se han destacado como profesionales o amateurs, todos han modelado la práctica de este deporte y servido de inspiración a varias generaciones.  Pero ello no siempre fue así. Jugadores como Teddy Rhodes, James Black, Bill Spiller, Nathaniel Starks y Joe Roach enfrentaron todo tipo de escollos para impedirles participar en juegos y competencias. Algunos nunca lo lograron. En el documental «Uneven fairways«, dirigido por Dan Levinson y producido en 2009 (que tuve el gusto de ver en The Golf Channel), Samuel L. Jackson, destacadísimo y laureadísimo actor de cine y teatro norteamericano, nos narra cómo fueron esos días de la absurda segregación racial que impedía a jugadores de piel oscura integrarse a clubes y participar en competencias de golf. El documental es una obra maestra de la comunicación, pues lejos de presentar a los jugadores como víctimas, anima a los espectadores a entender aquellos tiempos y cómo estos jugadores nunca se rindieron en la procura de su ideal: jugar golf al más alto nivel y de hecho elevarlo. Lo maravilloso de su compleja travesía estuvo en su empeño en demostrar a sus pares -y a quienes imponían las reglas que los excluían- que el gran perdedor con tales limitaciones no eran ellos, era el deporte. Triunfaron porque se empecinaron en demostrar que ellos no querían competir con blancos, querían jugar con cualquiera que hiciera del golf un deporte de inteligentes y muy dedicados campeones.

Lee Elder fue el primer afroamericano en competir en el Augusta Masters en 1975. Charlie Sifford fue el primer negro en ser miembro de la PGA. De Charlie Sifford, primer jugador de piel oscura en ser elevado al Salón de la Fama del  Golf Mundial, hasta Tiger Woods, primero en ganar el  Augusta Masters Golf Tournament, ha sido una maravillosa y excitante aventura.

Hoy, afortunadamente, en todo el planeta -con deshonrosas excepciones que reciben condena mundial- no existen restricciones para la práctica de deportes por razones de género, religión, raza u origen nacional. De hecho, en la normativa que rige las competencias está explícitamente prohibida cualquier tipo de discriminación. Caucásicos, asiáticos, negros, mulatos, irlandeses, hispanos, judíos, musulmanes, cristianos, católicos, mujeres, hombres, o cualquiera que pertenezca a grupos o minorías, no enfrentan hoy limitaciones algunas legales para la práctica de deportes, como sí se erigían como muros infranqueables hasta apenas pocos años atrás. El resultado de acabar con esos absurdos obstáculos y la consecuente integración ha sido el mejoramiento del deporte, el logro de cada vez mejores indicadores de desempeño, y un empuje supersónico a su difusión, haciéndolo cada vez más popular.

Seguramente algunos se preguntaran si las mujeres son admitidas como socios plenos en el Augusta National Golf Club. Desde su fundación en 1933, ninguna mujer había estado en su lista de socios. ¿Anacronismo? ¿Resabio del pasado? Una nota publicada en ESPN en marzo de 2012, resaltaba que podía ser que el cambio fuere inminente, dado que la señora Virginia «Ginni» Rometty había sido nombrada CEO de IBM Corporation, la primera mujer en ocupar la máxima posición en esa trasnacional que por muchos años ha sido un «sponsor» del Augusta Masters Golf Tournament, en conjunto con Exxon Mobil y AT&T. A Ginni, aunque más bien una apasionada del buceo, declaraba en una entrevista que le encanta el golf, y que entre sus placeres está el acudir al Masters a aplaudir los buenos swings. Si esto hizo a los directivos a reconsiderar la posición con respecto a la condición de las mujeres como socios del club, no lo sabemos, pero lo cierto es que en agosto del 2012, fueron aceptadas como socios plenos, la señora Condoleeza Rice, ex Secretario de Estado de EEUU, y a la señora Darla Dee Moore, socia principal de la firma Rainwater INC, y considerada como una pionera en el sector bancario.

El anuncio del cambio en la normativa fue muy bien recibido por varias organizaciones que agrupan a mujeres en EEUU, muy en particular por aquellas que se dedican a monitorear los avances de las mujeres afroamericanas en materia de deportes. La Royal & Ancient Club de St. Andrews, una institución extremadamente tradicionalista en su política de «sólo para hombres» debe estar sintiendo el peso de la presión.

La práctica de los deportes en general -y del golf en particular- es hoy mejor que ayer. Y será mejor mañana que hoy. Es una historia de progreso, una travesía en la que ha triunfado el deporte y la Humanidad. Es un ejemplo del «ganar-ganar», de haber acabado con nefastos círculos viciosos para dar paso a círculos virtuosos. Y eso merece un clamoroso aplauso.

(*) Soledad Morillo Belloso es periodista y es, según ella misma confiesa, una neófita en materia de golf.

 
 
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